Los personajes de esta colección son todos reales. Al igual que nosotros, tuvieron su tiempo, en su tiempo, llenando la mía con su presencia, para siempre inseparable de las emociones pasadas o futuras.

A pleno sol o al corazón de los vagabundos nocturnos, regresaron, testigos por imagen, escritura u otras formas de memoria.

Solo cruzé la mayoría de ellos, pero me dejaron para siempre. La niña africana, la extravagante vagabundea o la especie negada, al confiarme un poco de su existencia, marcó la mía, sin descanso.

 Una noche, hace mucho tiempo, en el arbusto camerunés, proyecté una película para una población agrupada en una leprosería. Al final de la sesión, un hombre vino a mí y extendió sus brazos para una AECLAM. Aproveché en mis manos los tocones de lo que quedaba de los dedos y lo hicimos mientras él me miraba durante mucho tiempo. Luego me dijo: "¡Gracias! »»

Primero tomé su gratitud por una dirección a la presencia excepcional del cine, una reacción frecuente en estas ocasiones. Pero más tarde, la razón de su impulso era obvia: se debió al hecho de que lo había considerado un ser humano.

Estábamos en el corazón de un gran bosque, en la oscuridad de un crepúsculo tropical. Al final de sus muñecas, el leproso había empujado el obturador que enmascaraba el más secreto de los brillo, dando nuestros ojos a un próximo amanecer.

Desde entonces, durante o fuera de mis noches, he cumplido con guardias de umbral o centinelas fuera de las paredes. Oculto o revelado, en las líneas o entre las líneas, sus palabras persistieron en hermosas resonancias. Y debido a que los habían abierto, estos seres me guiaron más allá de las puertas del día.